
Pocos poetas han renovado el lenguaje poético tal y como lo hizo Arthur Rimbaud en tan breve espacio de tiempo.
Le bastaron cinco años para erigirse como uno de los mejores poetas de todos los tiempos.
A los 15 años, ya escribía obras maestras como esta:
Las Buscadoras de Piojos
Cuando la frente del niño, llena de rojos tormentos,
implora el enjambre de los sueños indistintos,
se aproximan a su lecho dos grandes hermanas encantadoras
con frágiles dedos de uñas argentinas.
Colocan al niño ante una enorme ventana
abierta donde el aire azul baña una maraña de flores,
y entre sus espesos cabellos donde cae el rocío
pasean sus dedos finos, terribles y encantadores.
El niño escucha cantar sus resuellos medrosos
que florecen con largas mieles vegetales y rosadas,
y que, interrumpe, a veces, un silbido, salivas
continuas sobre el labio o deseos de besos.
Oye sus negras pestañas, agitándose bajo los silencios
perfumados; y sus deseos, eléctricos y dulces,
hacen crepitar bajo sus uñas reales,
entre sus grises indolencias, la muerte de los pequeños piojos.
Entonces le invade el vino de la Pereza,
suspiro de armónica que pudiera delirar;
el niño siente, según la lentitud de las caricias,
surgir y morir sin cesar un deseo de llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario